Escritura Azteca

Escritura Azteca

domingo, 13 de marzo de 2016

Muestras del maltrato a los indígenas en El arpa y la Sombra de Alejo Carpentier y “Muerte Infernal” de Bartolomé de las Casas

No está de más decir que los indios siempre fueron maltratados y considerados como personas inferiores debido a su desconocimiento en cuanto a la cultura occidental. En el texto “Muerte Infernal” de Bartolomé de las Casas, se aprecia cómo usaban a los indios para la búsqueda de perlas, se los llevaban a alta mar enviados junto con un verdugo, quien era a su vez una especie de castigador, pues le amarraban al cuello una cuerda con el fin de que no se pudieran escapar. Una vez amarados los lanzaban a la búsqueda de las perlas, muchas veces eran agredidos por resistirse al maltrato. Eso lo hacían desde la mañana hasta el anochecer, algunos morían en el trayecto, pues algunos no tenían fuerzas suficientes para estar sumergidos por largos periodos de tiempo bajo el agua, debido a la falta de suministros alimenticios y otros, simplemente, porque eran devorados por las bestias marinas que se encontraban en las profundidades del mar. Morían de una manera trágica, sin fe, ni sacramentos, los blancos dejaban a un lado los principios y la moral, acrecentando los deseos de avaricia y poder. Cabe destacar que este es un tema que no se aleja de la realidad en la que actualmente vivimos, aunque ya no directamente con los indios, pero si con las personas de escasos recursos y poca formación académica, se aprovechan de ellos, olvidando que, en la mayoría de los casos son personas nobles y con toda la buena voluntad de ayudar al prójimo.
En el texto de Carpentier El arpa y la sombra (1978),  específicamente, en el capítulo “La mano”, se nota con más énfasis la esclavización hacia los indios. Colón inicia con ellos un tráfico ilegal de esclavos, sin importarle nada se llevaban a los hombres, mujeres y niños para que se dedicaran al cultivo y a la ganadería, para ese trabajo fueron muchos los indios que se llevaron a España. Por otra parte, Colón en sus ansias de poder y gloria se embarcaba con ellos en sus expediciones para que les mostraran el camino a donde tenían las reservas de oro, los tenían engañados:
Pero ahora, luego de reconocer un tanto la costa de esta Cuba,             había que seguir adelante en busca del Oro. De los siete indios que habíamos capturado en la isla primera, dos se nos habían fugado. Y a los que nos quedaban tenía engañados (seguían los embustes) negando que tuviese intenciones de llevarlos a España para mostrarlos en la Corte, sino asegurándoles que los devolvería a su tierra, con muy buenos regalos, en cuanto hallase alguna cantidad importante de oro. (Carpentier, p. 54)

Los mantenían borrachos dándoles vinos para que se les “aflojara” la lengua y de esa manera les dijeran dónde se encontraban las reservas de oro. Colón sentía rabia al notar que los indios lo tenían confundido y no le decían el paradero de las minas de oro:

Y ahora, estos cabrones indios que no hacían sino desorientarme: los de la  Española, acaso por alejarme de sus minas de oro.me decían siempre que más allá, que más lejos, que lejos pero no tan lejos, que —”caliente, caliente, caliente”, como en el juego de la candelita...— casi estaba a punto de llegar, incitándome a proseguir la navegación; los indios que llevábamos presos, en cambio, seguramente por temor de alejarse demasiado de sus isletas, me decían que siguiendo tales consejos llegaría a tierras pobladas de caníbales que tenían un ojo solo en cabeza de perros —monstruos que se sustentaban de sangre y carne humana. Pero, con todas esas, quedábame yo sin saber del inmenso tesoro que buscaba. (Carpentier, p. 56)


El maltrato que se refleja hacia los indios en la obra de Carpentier, se hace más intenso, no solo físico sino que también son agredidos verbalmente:


Y cuando los indios se hubieron arrodillado ante Sus Majestades, gimientes y llorosos tiritantes y atarantados (pidiendo que los libraran del cautiverio en que yo los tenia aherrojados, y que los devolvieran a sus  tierras, aunque yo explicara que estaban emocionados y temblorosos de felicidad por verse prosternados ante el trono de España), entraron algunos marinos míos, trayendo pieles de serpientes y de lagartos de tamaño desconocido acá, además de ramas, hojas secas, vegetaciones marchitas, las cuales mostré como ejemplo de especias valiosas, aunque nadie tuviese ojos para mirarlas, tan fijos estaban en los indios postrados — que seguían llorando y gimiendo— y sus papagayos verdes, que, sobre la real alfombra carmesí empezaban a vomitar el mucho morapio tragado. (Carpentier, pág. 60)


Estos engaños y maltratos, realizados por Colón y su gente no tuvieron otra finalidad más que el de poseer bienes, riquezas, poder y gloria y llegar a ser recordado como el hombre que navegó hasta lograr su objetivo. Una vez más queda demostrado que no importaba lo que hicieran con los indios, siempre y cuando obtuvieran su propio beneficio.


Finalmente, Carpentier en su novela nos presenta un Colón que aun estando en su lecho de muerte no siente arrepentimiento de nada, de lo único que se lamenta es de no haber alcanzado la fama ni el reconocimiento tal como él lo deseaba.
Colmenares Oriana 

sábado, 12 de marzo de 2016

"Cristóbal Colón y su misteriosa búsqueda de tierras perdidas”

   Colón es un personaje universalmente famoso y es por ello que vale la pena comparar la forma en que Carpentier se acerca a la historia del famoso diario de Colón  por una cuestión que,  no por grande y conocida deja de ser misteriosa, ya que en principio este diario era un material destinado al uso informativo de los reyes de España pero termino siendo mucho más que un diario de navegación ya que añadió la descripción de gentes, flora, fauna y lugares junto a sus reflexiones personales, históricamente a Colón se le destaca por ser el impulsor dirigente del viaje que hizo descubrir el llamado Nuevo Mundo, con todo lo que hoy se sabe, queda claro que dicho descubrimiento es un mito, pues había una idea del mundo totalmente distinta y una descripción de la tierra que en los viajes de Colón se transformó la cual permanece  en la actualidad. Existe relación entre la novela y el diario puesto que se relatan hechos como las increíbles cartas de Colón a los Reyes Católicos, el relato de su proyecto y otros hechos que nunca fueron probados como el supuesto conocimiento de Colón acerca de las sagas islandesas y sus amores ente él e Isabel. Carpentier en su narración de la segunda parte de la novela titulada “La Mano” se enfoca en lo que fue el Diario de Colón pues se muestra como una retrospectiva desde su lecho de muerte y en espera rememora su vida permitiendo evaluarse a sí mismo y el protagonismo de las hazañas que lo llevaron al descubrimiento del Nuevo Mundo de manera que parecía que se duplicara sobre sí misma. La narración de ambas historias oscilan entre en presente del yo y el pasado del yo en un juego que termina rompiendo las marcas del tiempo y la distancia entre los acontecimientos. Ambas historias evidencian el encuentro de voces en el tiempo, la ficción, las imposturas de la historia, las trampas del lenguaje y los orígenes fabulosos de América.

  El asunto es que en la búsqueda de tierras  Colón estaba muy seguro de su viaje a pesar de las objeciones que le hacían los españoles pues él les hacía creer que tenía una seguridad casi total de la existencia de tierras más allá, les habló de las posibilidades de que el mundo era redondo y que se podía llegar mucho más fácil por mar a los países de Oriente, teniendo dudas, pero a su vez la certeza de que si existían nuevas tierras, Colón en realidad pensaba que la tierra era más pequeña.
    Luego de tanto navegar se dio cuenta que no llegaría a las Indias por lo extenso que era el mar y el mismo mundo en sí, pues habían tierras en medio que no pertenecían a las mismas de las que habían partido. Los reinos de Castilla y de Aragón necesitaban unirse para impedir que los Portugueses o Franceses accedieran al trono por las diferentes descendencias, por la reciente formación de España no tenían conocimientos de navegación, por ello los grandes navegantes de otros reinos ya tenían una idea de la tierra y España no entonces cuando Cristóbal Colón propone el proyecto no lo podía contar por lo que era muy reforzado iba en contra de los conocimientos de navegación de la época, Colón necesitaba alguien que no conociera de navegación para que creyera en su proyecto y fue la Reina Isabel quien finalmente no tenía nada que perder por ser la reina de Castilla es ahí donde en navegante plantea la otra ruta para llegar a Asia que es donde se encontraba todo lo preciado y las rutas ya desarrolladas y Colon proponía una nueva ruta para impulsar a España a obtener todos los beneficios provenientes de Asia.
     Finalmente Colón obtiene el apoyo de la corona y emprende su viaje después de años de navegación el cree haber llegado al Asia pero es después cuando Américo recorre todo el continente que se dan cuenta que lo que encontraron fue impresionante que no cabía en la imaginación  ni en las rutas de navegación de la época. Por dicho recorrido el continente lleva por nombre América en honor a Américo Vespucio. Su Diario y cartas de los viajes se han enfocado casi exclusivamente en un contenido informativo y descriptivo estando claramente reflejado en los escritos de Carpentier sin duda por su valor histórico.

Los escritos de Colón sobre sus viajes responden a los fines prácticos de informar y reclamar derechos, pero su abundancia sugiera también el deseo de asegurar su fama pues se encuentra agrandamiento ya que a Colón le torturaba que los Reyes no tuvieran noticia del gran servicio que les había hecho: “Mas todavía le atormentaba la idea de que su descubrimiento permaneciera inédito” 
(328).

Angelly Urbina

domingo, 6 de marzo de 2016

Lo maravilloso en la construcción del espacio Americano

Un navegante con un arriesgado proyecto llegó a América el 12 de octubre de 1492, era el almirante genovés Cristóbal Colón  que llegaba a una isla del Caribe, junto con una tripulación en una nao y dos carabelas, Colón viajaba en busca de nuevas rutas comerciales hacia las Indias, por lo tanto el descubrimiento de un nuevo continente fue algo inesperado y que a su vez no fue aceptado hasta cierto tiempo después, pues el almirante aun pensaba que estaba en las indias, solo que en un lugar poco concurrido y muy alejado. Si bien es cierto que al no llegar a las Indias no pudieron obtener las especias y los productos que tanto esperaban, aun así le otorgaron al reino de España, financiadores del viaje, la oportunidad de forjar un gran imperio que duró siglos y que enriqueció a la Corona al lograr explotar los recursos naturales, los minerales preciosos y la fuerza de trabajo de los indígenas  habitantes de las tierras colonizadas.

Durante la expedición Colón escribió su Diario de abordo donde señala todas sus experiencias y preocupaciones, además de sus impresiones cuando por fin llega a tierra. A partir de esta escritura se produjo un nuevo género literario que son las crónicas de Indias que trataban de los temas, hombres y todo aquello que constituía esa maravilla del Nuevo Mundo, fueron escritas por aquellos que esteban implicados en el proceso de la conquista y colonización y también por enviados especiales, aquellas personas que se dedicaban a la escritura de estos textos son denominados cronistas.

Las crónicas de Indias inspiraron a su vez literatura más contemporánea como la novela de Alejo Carpentier El arpa y la sombra (1979) que le da una mirada de ficción a la “historia específicamente al personaje de Colón” y su importancia en todo el proceso del descubrimiento, Carpentier otorga otro punto de vista que se desarrolla entre la historia oficial y la no oficial.

Desde la primera crónica fue muy importante la descripción de la naturaleza y las personas, esta construcción del espacio estuvo muy influenciada por la imaginación medieval afectada por textos antiguos y mitología, además de narraciones de otros viajes reales o fantásticos. Asimismo, la tierra a la que llegaron era desconocida por lo que para nombrar las cosas tenían que recurrir a las comparaciones con las cosas que ya conocían, fuesen éstas reales o no.

Muchos decían ver cosas maravillosas, bestias o animales mitológicos, agregado a esto, las descripciones hechas están cargadas de exageración como por ejemplo la comparación del Nuevo Mundo con el paraíso de la Biblia. Según Urdapilleta M (s.f.) “Junto a los testimonios de la experiencia que daban fe de las maravillas estaba siempre presente el criterio de la autoridad tradicional porque, como se dijo en un principio, existía una reconocida tradición de búsqueda de la maravilla, promovida por los viajeros y las más antiguas tradiciones librescas.”

En la segunda parte de la novela de Alejo Carpentier llamada  “La mano”  que trata sobre el propio Cristóbal Colón y su llegada a América, también hace uso de ese imaginario medieval y de la exageración y por medio de su personaje hace una construcción del espacio americano maravillosa. 

En su diario del primer viaje Colón da su primera impresión al ver la tierra firme, la describe como unas tierras muy lindas, tan hermosas y verdes como las huertas de Valencia en marzo, también en el primer momento dice que no ve más animales que no sean papagayos, luego dice que ven huella de una especie de animales con una pata de cabra, describe a los indígenas como mancebos de buena disposición y no negros sino blancos de muy lindo gesto y con el cabello largo y lacio  cortado a la guisa de castilla.

La naturaleza del mar impresiona al almirante que se sorprende y asusta un poco al ver la furia con que la marea golpea la nave diciendo “y encima de ella venía un filero de corriente, que venía rugiendo con muy grande estrépito con aquella furia de aquel rugir”. Entonces conjetura que ese rugir es la pelea de las aguas dulces y saladas
Aunque Colón hace una descripción llena de comparaciones no están tan presentes los relatos de maravillas o los animales increíbles, aun así se deja influenciar por la creencia popular, incluso de los indígenas, cuando le informan que ahí hay otra tribu que se come a los hombres, caníbales, finalmente piensa que podría ser animalías, es decir, animales. Para el almirante la belleza exuberante de la naturaleza fue tan impresionante que dijo “son las tierras más bellas del mundo” y creyó haber llegado al Paraíso Terrenal, llamándola “tierra de gracia”.

Por otra parte, otros cronistas de Indias[1] hacen mayor énfasis en el aspecto maravilloso, en la descripción de animales y seres que superan a la realidad, puede apreciarse cuando Fray Bartolomé de la casas describe las penurias de los indios que sacan perlas, allí hace mención a un pez llamado “marrajos” que pueden tragarse a un hombre de un bocado, cuenta que una vez un indio fue tragado por un marrajo y lo pescaron “sacan la bestia, danle con hachas y piedras o con lo que pudieron y mátanla;  ábrenle el vientre y hallan al desdichado indio y sácanlo, y da dos o tres resuellos, y allí acabó de expirar”. 

Pedro Mártir de Anglería, resalta en sus crónicas el aspecto maravilloso, haciendo mención a leyendas e historias que escuchaba, además de describir animales y monstros marinos, la fábula de los hombres con rabo, cuenta una historia que le dijeron los indígenas que hace mucho tiempo, según sus antepasados, arribó a ese lugar una gente con cola larga de un palmo y recia como el brazo, tiesa en redondo como la de los peces y que se extiende en duros huesos, que para sentarse tenían que hacer un hoyo, solo se alimentaban de peces crudos y al faltarles murieron sin dejar descendencia. La influencia de las antiguas historias y la mitología se hace presente en los monstruos marinos a los que hace mención Pedro de Anglería, al decir que unos españoles vieron una sirena pareciéndole la fábula sobre los hijos de Neptuno (dios romano del mar):

Declararon haber visto una cabeza humana con pelo, barba poblada y brazos. Mientras lo miraban en silencio, el monstruo admirado iba nadando a vista de la nave. Dando grandes gritos despertaron a sus compañeros, y al oír las voces el monstruo, se espantó y se zambulló. Dejó ver que la parte del cuerpo cubierta bajo el agua terminaba en pez, habiéndosele visto la cola, (p. 317)
                                               
Y no solo estos españoles dijeron haberla visto sino también muchos otros dicen que las vieron en la isla de Cubagua y cuentan que en España por el cantábrico las oyen cantar cuando están en celo.

Existe una isla misteriosa que según los indígenas tiene espíritu vital que aspira y respira consumiendo cualquier animal monstruoso de naturaleza femenina, juzgan a la cueva como la natura femenina, compara esta historia con el Demogorgón “que respiraba en el útero del mundo, y así causaba el flujo y reflujo del mar. Con estas cosas fabulosas mezclemos algunas verdaderas.”

Entre los animales que describe habla sobre un pez pescador que engulle enteros otros peces y que además traga tortugas, los pescadores lo atan al barco para que les indique donde están las presas, también hace alusión a unas aves marinas que se pueden tragar entero peces de 5 libras que son los onocrótalos 

Bernandino de Sahagún habla de una serpiente que es monstruosa en ferocidad y obras, dice que para cazar personas tiene esta culebra una astucia notable haciendo un hoyo en la tierra y llenándola de peces y cuando los indios roban sus peces por el olor los rastrea y entonces enroscado alrededor de su cuerpo los asfixia. Del mismo modo, describe una culebra de dos cabezas, que no tiene cola alguna y por ambos lados ojos, boca, dientes y lengua, anda hacia ambas partes algunas veces guía una cabeza y otras veces la otra.

Sir Walter Raleigh recorre las adyacencias del rio Caroní, describe el lugar como un paisaje hermoso y una vista alegre con colinas que se levantan aquí y allá y el río serpenteando entre ellas. Existe otro río grande más lejos del Caroní que se llama Auri y en sus adyacencias existe dos pequeños el Atoica y el Caora “En las orillas del segundo vive una nación de gentes cuyas cabezas
no asoman por encima de sus hombros.” “Se llaman Ewaipanoma y se dice que tienen los ojos en los hombros y la boca en medio del pecho y que un gran mechón de pelo les crece hacia atrás entre los hombros”.

Alejo Carpentier toma muchas de estas crónicas y otras más y les agrega un poco de ficción, en su obra El arpa y la sombra, en el segundo capítulo “la mano” Cristóbal Colón hace su confesión sobre toda la travesía del viaje al Nuevo Mundo y sus experiencias e impresiones de ese lugar maravilloso al que había llegado. Aquí se nos presenta un Colón con una imaginación alimentada por todos los libros que lee y por las conversaciones con el maestre Jacobo, por lo que al llegar a lo que él cree las Indias buscará comprobar todo aquello que cree es posible pueda conseguir allí

De sus lecturas describe los animales que conoce y las tribus y personas que en esos lugares habitan, en Extremo Oriente existen personas sin nariz o con el labio inferior tan prominente que para dormir se cubren con el todo el rostro, también los panotios que se cubren del frío con sus orejas enormes, en Etiopía hay seres que son extraordinarios por la velocidad de su carrera que con las plantas de sus pies pueden protegerse del sol, hombres de seis manos o que solo se alimentan de perfumes, otros que nacen ancianos y al crecer se rejuvenecen y en Libia existen hombres tremebundos que nacen sin cabeza con los ojos y la boca en el pecho, los mismos hombres que Sir Walter dice hay en las adyacencias del rio Caroní

Según El arpa y la sombra el almirante al llegar al Nuevo Mundo cree haber llegado al reino de Vinlandia o Cipango, lugares gobernados por el gran Khan, esto lo cree influenciado por el Maestre Jacobo y por sus lecturas, al llegar a Cuba la describe como la tierra más hermosa que jamás ha visto. Se guiaba por indios que llevaba prisioneros en su nave y esto también alimentó la presencia de monstruos y criaturas maravillosas:

Los indios que llevábamos presos, en cambio, seguramente por temor de alejarse demasiado de sus isletas, me decían que siguiendo tales consejos llegaría a tierras pobladas de caníbales que tenían un ojo solo en cabeza de perros —monstruos que se sustentaban de sangre y carne humana (Carpentier, 1979)

“¡bueno! No hallé la India de las especias sino la India de los Caníbales, Pero... ¡carajo! encontré nada menos que el Paraíso Terrenal.” (Carpentier, 1979, p. 69).  Es la expresión que usa Colón para describir la belleza del lugar  donde se encuentra. Finalmente, se puede ver que toda esa imaginación medieval, mitológica y propiamente de los indígenas, combinada con la belleza exuberante de la naturaleza del nuevo continente contribuyó, sin duda, a la descripción y creación del espacio americano como se hace en los Diarios de Colón y las crónicas de Indias que inspiraron a Alejo Carpentier a escribir su novela.



[1] Los textos de los cronistas de Indias fueron tomados de Historia real y fantástica del Nuevo Mundo (1992). Compilado por  Horacio Jorge Becco. Biblioteca Ayacucho N. º 176.


Naybí Jael Chacón Velazco 

domingo, 21 de febrero de 2016

Crónicas de Indias

Justo Fernández López 

A lo largo del siglo XVI se desarrolló un nuevo género literario, las crónicas de Indias, sobre los temas, los hombres y las cosas que constituían “la maravilla de América” o “la novedad indiana”.
«La Crónica y la Historia.
En algunos de estos libros encontramos como sinónimo de historia, el vocablo “crónica”. De modo que recordar la trayectoria y el sentido que tienen ambos vocablos en el siglo XVI, no es mera curiosidad etimológica. En primer lugar, historia (que proviene del griego ἱστορία) se emplea, en la antigua Grecia (y es así como al parecer lo emplea Herodoto) en el sentido de ver o formular preguntas apremiantes a testigos oculares; y significa también el informe de lo visto o lo aprendido por medio de las preguntas. El sentido de este vocablo no contiene, de ninguna manera, el componente temporal de su definición. Es quizás por esta razón por lo que Tácito denomina anales al informe de lo pasado; en tanto que llama historia al informe de los tiempos de los cuales, por su trayectoria vital, es contemporáneo. Tal definición la recoge San Isidoro en sus Etimologías y se repite, todavía, en los tratadistas de la historiografía en los siglos XVI y XVII. La ausencia del componente temporal explica el nombre y el concepto de “historia natural”; y es así como lo encontramos, en los siglos XVI y XVII hispánicos. Crónica, por el contrario, es el vocablo para denominar el informe del pasado o la anotación de los acontecimientos del presente, fuertemente estructurados por la secuencia temporal. Más que relato o descripción la crónica, en su sentido medieval, es una “lista” organizada sobre las fechas de los acontecimientos que se desean conservar en la memoria. En el momento en que ambas actividades y ambos vocablos coexisten, es posible encontrar, al parecer, crónicas que se asemejan a las historias; y el asemejarse a la historia, según los letrados de la época, proviene del hecho de escribir crónicas no sujetándose al seco informe temporal sino hacerlos mostrando más apego a un discurso bien escrito en el cual las exigencias de la retórica interfieren con el asiento temporal de los acontecimientos. Los vocablos de anales y crónicas, acuñados en la Antigüedad, son los vocablos principales que se conservan en la Edad Media para asentar acontecimientos notables. Anales y crónicas estaban ligados a las prácticas de la Iglesia y a la confección de calendarios y de ciclos pascales.
Las dos actividades que designan ambos vocablos [crónica e historia] tienden, con el tiempo, a resumirse en la historia la cual, por un lado, incorpora el elemento temporal y, por el otro, desplaza a la crónica como actividad verbal. Los anales y las crónicas tienden a desaparecer hacia el siglo XVI y se reemplazan por las narraciones históricas del tipo gesta o vitae. Ya hacia el siglo XVI los antiguos anales y crónicas habían ido desapareciendo gradualmente y fueron reemplazados por la historiae (narración del tipo gesta o del tipo vitae, éste último, que irá conformando la biografía). Es este, al parecer, el sentido en el que se emplea el vocablo “crónica” en los escritos sobre el descubrimiento y la conquista.» [Walter Mignolo: “Cartas, crónicas y relaciones”. En: Luis Iñigo Madrigal (Coordinador)Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid: Cátedra, 1998, vol. 1, p.75-76]
El término cronista comenzó a utilizase más tarde para designar al autor de relatos contemporáneos. La historia se fue convirtiendo en disciplina, cuyo objetivo es narrar y explicar el pasado. El cronista se convirtió en el simple relator de hechos desnudos, recopilador de fuentes o escritor costumbrista. Con el desarrollo del periodismo, el de cronista se convirtió en un oficio con pautas cada vez más claras y específicas.
Las crónicas de Indias son una fuente para conocer no sólo la historia del descubrimiento y conquista de América, así como del desarrollo histórico de los virreinatos de ultramar, sino también del mundo prehispánico.
Estas crónicas se inician con el famoso Diario de a bordo de Cristóbal Colón, en el que describe de manera pormenorizada sus primeras impresiones de las Antillas. Estas descripciones inician una larga serie de crónicas dedicadas a la descripción de múltiples aspectos de la naturaleza y de las culturas americanas, entrelazados con los propios hechos de los españoles en el largo proceso de colonización de los reinos de Indias.
Hay dos grupos de cronistas: los que habían estado en América o habían sido protagonistas de alguna de las hazañas de la conquista, y transmitían vivencias personales o noticias adquiridas en el entorno americano, y los que elaboraron sus propias obras reuniendo la información a través de las noticias de otros o lecturas de escritos oficiales o privados, sin haber estado nunca en el Nuevo Mundo.
Al primer grupo pertenecen descubridores, soldados, religiosos y funcionarios que desempeñaron algún papel en este proceso, junto con los indígenas y mestizos que se incorporaron a él. El segundo está formado por la mayoría de los representantes de la historia oficial, que escribieron desde sus despachos, aunque manejaran un caudal inmenso de información de segunda mano, acumulado por los centros de la administración, como el Consejo de Indias, creado en 1524 para atender los temas relacionados con el gobierno de los territorios españoles en América. Fue este Consejo el que creó la figura del cronista mayor de Indias. En 1744, Felipe V decidió que el cargo de cronista mayor debía pasar a la Real Academia de la Historia, sin embargo, se sucedieron algunos nombramientos más al margen de esta institución.
La publicación de las crónicas fue, en muchos casos, tardía. Muchos autores no alcanzaron a ver sus obras impresas. Aún hoy se siguen publicando obras inéditas, que en su tiempo circulaban en círculos muy reducidos o fueron usadas como fuente por cronistas posteriores.
Cronistas oficiales de Indias: El cargo de cronista de Indias se inicia con la documentación reunida por Pedro Mártir de Anglería, que pasa en 1526 a Fray Antonio de Guevara. Juan López de Velasco sigue los papeles del cosmógrafo mayor Alonso de Santa Cruz. Antonio de Herrera es nombrado cronista mayor de Indias en 1596, y publica entre 1601 y 1615 la Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del mar Océano, conocida como Décadas. Antonio de León Pinelo (recopilador de las leyes de Indias), Antonio de Solís y Pedro Fernández del Pulgar cubrieron el cargo durante el siglo XVII. En el siglo XVIII, se crea la Real Academia de la Historia, que trabaja paralela al Archivo General de Indias. Destaca en esta etapa Juan Bautista Muñoz  con su Historia del Nuevo Mundo, que quedó incompleta.
Cronistas destacados: Bernal Díaz del Castillo, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Inca Garcilaso de la Vega, Pedro Cieza de León, Hernán Cortés, López de Gómara, Diego Durán, Francisco Ximénez, Fray Toribio de Benavente, Fray Bernardino de Sahagún, Fray Francisco Vásquez.

martes, 16 de febrero de 2016

Comparación entre el Mito de Amalivacá y Los Advertidos de Alejo Carpentier.

El tema principal en ambos textos es el Diluvio, el cual representa el renacimiento de algo nuevo, libre de malos hombres y donde florecerá una nueva especie.
El aspecto más resaltante en cuanto las semejanzas de ambos textos es la inundación. La inundación que se presenta en el Mito de Amalivacá acaba con la raza humana, dejando con vida solo a un hombre y una mujer que se refugian encima de la roca Tepu-mereme. Luego de esa inundación Amalivacá llega en una barca y le dice a los hombres que deben repoblar nuevamente la tierra, para eso deben agarrar la semilla de la palmera moriche y lanzarlos por encima de sus hombros hacia atrás, de esa semilla nacerá un hombre de raza tamanaco. Hombres fuertes y luchadores.  
En el texto “Los Advertidos”, son varios los que se encargaron de salvar la especie humana, el hombre pequeño de gorro rojo que venia del Reino del Sin, Amaliwak, Noé, Deucalión y Our-Napishtim. Estos cinco hombres eran guiados por sus distintos dioses que le decían qué debían hacer para salvar a los humanos y a los animales. Todos construyeron sus diferentes arcas y algunos alojaron a  las diferentes razas de animales en parejas, pues el diluvio duraría más de veinte días. En este texto, al igual que en el Mito de Amalivacá, también deberán poblar nuevamente la tierra. En este caso, la esposa de Deucalión (Pirra), tomará las piedras, que son los huesos de la tierra y la lanzará por encima de sus hombros y Amaliwak arrojará las semillas de las palmeras.
Después del diluvio, cada uno de los advertidos envió a un animal para ver si había rastro de vida en la tierra.
Ø Amaliwak: arrojó un ratón al agua y al cabo de un tiempo este regresó con un grano de maíz entre las patas. 

Ø Noé: envió a la paloma, y esta regresó con la ramita de olivo en el pico.


Ø Sin: envió  al papagayo y este regresó con la espiga de arroz bajo su ala.

Ø Our-Napishtim: arrojó una paloma, una golondrina y un cuervo. La paloma y la golondrina regresaron sin dar alguna señal, pero el cuervo no regresó, muestra de que encontró algo que comer.
En ambos textos Amalivacá o Amaliwak  es visto como un dios, quien es el salvador de la tierra y padre de los nuevos pobladores, mientras que en el otro texto es representado como una especie de sacerdote que escucha y habla con Dios y a través de él cumple con sus órdenes. 
De esta manera se aprecia el diluvio como símbolo de nueva vida, de eliminar lo malo y comenzar de nuevo.


 Oriana Colmenares

viernes, 27 de noviembre de 2015

Comparación entre El mito de Amalivacá y “Los advertidos” (1984) de Alejo Carpentier

El diluvio universal fue un desastre donde el mundo es destruido por una fuerte lluvia que ocasiona una inundación, para luego dar paso al resurgimiento de la tierra, la naturaleza y la humanidad. Este acontecimiento ha sido relatado por diversas culturas y mitologías a lo largo del tiempo, muchas etnias indígenas lo explican a través de sus propias historias, entre esas los indios tamanacos con el “mito de Amalivacá” y Alejo Carpentier le da su propia interpretación con su cuento “Los advertidos” que se basa en el mito original.

El diluvio es visto como una forma de renacimiento de la tierra, la destrucción de todo lo que vive sobre la tierra, a excepción de algunos escogidos que serán los responsables de volver a poblar la tierra y una pareja de cada especie animal; la eliminación de lo corrupto para que nazca una nueva especie, limpia, sana, que respete la vida y la naturaleza, un hombre que sea un mejor hombre.
En el mito de Amalivacá en lugar de un diluvio es una especie de inundación causada por el rio Orinoco “En cierta ocasión el gran río comenzó a rugir como si de su fondo estallasen los truenos y rayos de una tormenta. Elevó después sus aguas, se desbordó de su cauce”. Al contrario del mito del diluvio universal que es una lluvia enviada por el dios como castigo por las malas acciones del hombre. “En eso sonó la Gran-voz-de-Quien-todo-lo-Hizo: “Cúbrete los oídos”, dijo. Apenas Amaliwak hubo obedecido, retumbó un trueno tan horrísono y prolongado que los animales de la Enorme-Canoa quedaron ensordecidos. Entonces empezó a caer la lluvia”
La construcción del arca donde se salvarán los escogidos por el dios es una similitud entre los diferentes mitos que mencionan el diluvio, Amalivacá la llama canoa, pero es básicamente la embarcación que los salvará de morir ahogados, en el mito de Amalivacá  la pareja de tamanacos se salvan de forma diferente, logran subir a una gran piedra llamada Tepu-mereme, al pasar la lluvia llegó Amalivacá en la canoa, de modo que la embarcación es un elemento importante en las dos historias.
La parte más importante del diluvio es la capacidad de regeneración que le otorga a la tierra, en el mito de Amalivacá, para poder repoblar la tierra él le pide a la pareja que sobrevivió que tomen los frutos de la palma moriche y los lancen sobre sus cabezas. “Y de cada semilla, en cuanto caía al suelo, se iba formando un hombre y una mujer tamanacos, que fueron los padres de las nuevas generaciones”, el fin de la inundación es responsabilidad de Amalivacá que desvía el cauce del rio y hace volver las aguas a su origen.
En el cuento “Los advertidos” mucho más apegado a la historia bíblica, Amalivacá construye la canoa inmensa y salva en ella a su familia, de este modo asegura desde un principio la continuidad de la raza humana, del mismo los otros hombres escogidos, salvan a su familia dentro del arca, pero apegado al mito original deberá Amalivacá lanzar los frutos de la palma moriche para que de la tierra nazcan los nuevos tamanacos,  de la misma forma Deucalión que viene de Grecia deberá lanzar las piedras que él llama huesos de la tierra y así nacerán hombres nuevos, esto se remonta también al mito de Cadmo que para fundar su tierra por el mandato de Atenea planta en la tierra los dientes del dragón y de allí nacen cientos de fieros guerreros.
Otro elemento que es de suma importancia para las historias es el propio Amalivacá o Amaliwak, que en una historia puede ser visto como un dios, salvador de los tamanacos y fundador de la nueva tierra, pero en el cuento es visto como una especie de sacerdote, de mediador entre el dios y los hombres, pues él escucha su voz y cumple sus mandatos.
Se puede observar la divinidad de Amalivacá en el mito, desde el momento en que es visto por la pareja de Tamanacos, “vieron de pronto una extraña canoa que avanzaba por encima del oleaje, manejada por un hombre alto y fuerte, de agudos ojos brillantes por la luz.” Lo describe también como el padre de las gentes que nacerían después.
El mismo Amalivacá será el responsable de rehacer el mundo ayudado por su hermano. Decide cambiar la corriente del río y lo hace solo con su fuerza, mayor que la de ningún ser humano, esto hace pensar aún más que en la figura de Amalivacá hay algo más, algo divino, así que se puede entender a Amalivacá como un dios.
A diferencia del cuento “Los advertidos” Amaliwak es un sacerdote, un enviado por dios que le habla y al que debe obedecer, él se refiere al dios como “La-Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo” en este cuento Amalivacá es homólogo de otros sacerdotes enviados con los que se consigue, como lo son Noé, Deucalión, el Hombre de Sin y Our-Napishtim, a todos ellos les fue dicho que debían construir un arca para así preservar la vida en la tierra al finalizar el diluvio.
En el cuento, Amaliwak aunque no es visto como un dios, es respetado por todas las tribus y lo escuchan, pues él representa esa forma de comunicación entre la divinidad y la humanidad, lo consideran sabio y le obedecen.

En ambas historias se observa una explicación del diluvio donde la regeneración de la vida corre por la cuenta de un hombre que puede ser un dios o un enviado del dios, que es poderoso y fuerte, digno de la tarea que se le asigna. 

domingo, 11 de octubre de 2015

Los Advertidos

Alejo Carpentier


El amanecer se llenó de canoas. Al inmenso remanso, nacido de la invisible confluencia del Río venido de arriba -cuyas fluentes se desconocían- y del Río de la Mano Derecha, las embarcaciones llegaban, raudas, deseosas de entrar vistosamente en esbeltez de eslora, para detenerse, a palancazas de los remeros, donde otras, ya detenidas, se enracimaban, se unían borda con borda, abundosas de gente que saltaba de proas a popas para presumir de graciosas, largando chistes, haciendo muecas, a donde no los llamaban. Ahí estaban los de las tribus enemigas -secularmente enemigas por raptos de mujeres y hurtos de comida-, sin ánimo de pelear, olvidadas de pendencias, mirándose con sonrisas fofas, aunque sin llegar a entablar diálogo. Ahí estaban los de Wapishan y los de Shirishan, que otrora -acaso dos, tres, cuatro siglos antes- se habían acuchillado las jaurías, mutuamente, librándose combates a muerte, tan feroces que, a veces, no había quedado quien pudiera contarlos. Pero los bufones, de caras lacadas, pintadas con zumo de árboles, seguían saltando a canoa en canoa, enseñando los sexos acrecidos por prepucios de cuerno de venado, agitando las sonajas y castañuelas de conchas que llevaban colgadas de los testículos. Esa concordia, esa paz universal, asombraba a los recién llegados, cuyas armas, bien preparadas, atadas con cordeles que podían zafarse rápidamente, quedaban, sin mostrarse, en el piso de las canoas, bien al alcance de la mano. Y todo aquello -la concentración de naves, la armonía lograda entre humanos enemigos, el desparpajo de los bufones- era porque se había anunciado a los pueblos de más allá de los raudales, a los pueblos andariegos, a los pueblos de las montañas pintadas, a los pueblos de las Confluencias Remotas, que el viejo quería ser ayudado en una tarea grande. Enemigos o no, los pueblos respetaban al anciano Amaliwak por su sapiencia, su entendimiento de todo y su buen consejo, los años vividos en este mundo, su poder de haber alzado, allá arriba en la cresta de aquella montaña, tres monolitos de piedra que todos, cuando tronaba, llamaban los Tambores de Amaliwak. No era Amaliwak un dios cabal; pero era un hombre que sabía; que sabía de muchas cosas cuyo conocimiento era negado al común de los mortales: que acaso dialogara, alguna vez, con la Gran-Serpiente-Generadora, que, acostada sobre los montes, siguiéndole el contorno como una mano puede seguir el contorno a la otra mano, había engendrado los dioses terribles que rigen el destino de los hombres, dándoles el Bien con el hermoso pico del tucán, semejante al Arco Iris, y Mal, con la serpiente coral, cuya cabeza diminuta y fina ocultaba el más terrible de los venenos. Era broma corriente decir que Amaliwak, por viejo, hablaba solo y respondía con tonterías a sus propias preguntas, o bien interrogaba las jarras, las cestas, la madera de los arcos, como si fuesen personas. Pero cuando el Viejo de los Tres Tambores convocaba era porque algo iba a suceder. De ahí que el remanso más apacible de la confluencia del Río venido de arriba con el río de la Mano Derecha estuviera llena, repleta, congestionada de canoas, aquella mañana.
Cuando el viejo Amaliwak apareció en la laja, que a modo de tribuna gigantesca se tendía por encima de las aguas, hubo un gran silencio. Los bufones regresaron a sus canoas, los hechiceros volvieron hacia él el oído menos sordo, y las mujeres dejaron de mover la piedra redonda sobre los metales. De lejos, de las últimas filas de embarcaciones, no podía apreciarse si el Viejo había envejecido o no. Se pintaba como un insecto gesticulante, como algo pequeñísimo y activo, en lo alto de la laja. Alzó la mano y habló. Dijo que Grandes Trastornos se aproximaban a la vida del hombre; dijo que este año, las culebras habían puesto los huevos por encima de los árboles; dijo que, sin que le fuera dable hablar de los motivos, lo mejor para prevenir grandes desgracias, era marcharse a los cerros, a los montes, a las cordilleras. “Ahí donde nada crece”, dijo un Wapishan a un Shirishan que escuchaba al viejo con sonrisa socarrona. Pero un clamor se alzó allá, en el ala izquierda donde se habían juntado las canoas venidas de arriba. Gritaba uno: “¿Y hemos remado durante dos días y dos noches para oír esto?”, “¿Qué ocurre en realidad?”, gritaban los de la derecha. “¡Siempre se hace penar a los más desvalidos!”, gritaron los de la izquierda. “¡Al grano! ¡Al grano!”, gritaron los de la derecha. El viejo alzó la mano otra vez. Volvieron a callar los bufones. Repitió el viejo que no tenía el derecho de revelar lo que, por proceso de revelación, sabía. Que, por lo pronto, necesitaba brazos, hombres, para derribar enormes cantidades de árboles en el menor tiempo posible. Él pagaría en maíz -sus plantíos eran vastos- y en harina de yuca, de las que sus almacenes estaban repletos. Los presentes, que habían venido con sus niños, sus hechiceros y sus bufones, tendrían todo lo necesario y mucho más para llevar después. Este año -y esto lo dijo con un tono extraño, ronco, que mucho sorprendió a quines lo conocían- no pasarían hambre, ni tendrían que comer gusanos de tierra en la estación de las lluvias. Pero, eso sí: había que derribar los árboles limpiamente, quemarles las ramas mayores y menores, y presentarle los troncos limpios de taras; limpios y lisos, como los tambores que allá arriba (y los señalaba) se erguían. Los troncos, rodados y flotados, serían amontonados en aquel claro -y mostraba una enorme explanada natural- donde, con piedrecitas, se llevaría la contabilidad de lo suministrado por cada pueblo presente. Acabó de hablar el Viejo, terminaron las aclamaciones y empezó el trabajo.

II
“El viejo está loco.” Lo decían los de Wapishan, lo decían los de Shirishan, los decían los Guahíbos y Piaroas; lo decían los pueblos todos, entregados a la tala, al ver que con los troncos entregados, el viejo procedía a armar una enorme canoa -al menos, aquello se iba pareciendo a una canoa- como nunca pudiese haber concebido una mente humana. Canoa absurda, incapaz de flotar, que iba desde el acantilado del Cerro de los Tres Tambores hasta la orilla del agua, con unas divisiones internas -unos tabiques movibles- absolutamente inexplicables. Además, esa canoa de tres pisos, sobre la cual empezaba a alzarse algo como una casa con techo de hojas de moriche superpuestas en cuatro capas espesas, con una ventana de cada lado, era de un calado tal que las aguas de aquí, con tantos bajos de arena, con tantas lajas apenas sumergidas, jamás podía llevar. Por ello, lo más absurdo, lo más incomprensible, es que aquello tuviese forma de canoa, con quilla, con cuaderna, con cosas que servían para navegar. Aquello no navegaría nunca. Templo tampoco sería, porque los dioses se adoran en cavernas abiertas en las cimas de los montes, allá donde hay animales pintados por los Antepasados, escenas de caza, y mujeres con los pechos muy grandes. El Viejo estaba loco. Pero de su locura se vivía. Había mandioca y maíz y hasta maíz para poner la chicha y fermentar en los cántaros. Con esto se daban grandes fiestas a la sombra de la Enorme Canoa que iba creciendo de día en día. Ahora el Viejo pedía resina blanca, de esa que brota de los troncos de un árbol de hojas grasas, para rellenar las hendijas dejadas por el desajuste de algún tronco, mal machihembrado con el más próximo. De noche se bailaba a la luz de las hogueras; los hechiceros sacaban las Grandes Máscaras de Aves y Demonios; los bufones imitaban el venado y la rana; había porfías, responsos, desafíos incruentos entre las tribus. Venían nuevos pueblos a ofrece sus servicios. Aquello fue una fiesta, hasta que Amaliwak, plantando una rama florida en el techo de la casa que dominaba la Enorme Canoa, resolvió que el trabajo estaba terminado. Cada cual fue pagado cabalmente en harina de yuca y en maíz y -no sin tristeza- los pueblos emprendieron la navegación hacia sus respectivas comarcas. Ahí quedaba, en luna llena, la canoa absurda, la canoa nunca vista, construcción en tierra que jamás habría de navegar a pesar de su perfil de nave-con-casa-encima, en cuyo cuádruple techo de moriche andaba el viejo Amaliwak, entregado a extrañas gesticulaciones. La Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo les hablaba. Había roto las fronteras del porvenir y recibía instrucciones del anciano. “Repoblar la tierra de hombres, haciendo que su mujer arrojara semillas de palmera por encima de su hombro.” A veces, pavorosa de su dulzura exterminadora, sonaba la voz de la Gran-Serpiente-Generadora, cuyas palabras cantarinas helaban la sangre. “¿Por qué habré de ser yo -pensaba el anciano Amaliwak- el depositario del Gran Secreto vedado a los hombres? ¿Por qué se me ha escogido a mí para pronunciar los terribles conjuros, para asumir las grandes tareas?” Un bufón curioso había permanecido en una barca rezagada para ver lo que podía ocurrir ahora en el Extraño-Lugar-de-la-Canoa-Enorme. Y cuando la luna se ocultaba ya detrás de las montañas cercanas, sonaron los Conjuros, inauditos, incomprensibles, lanzados con una voz tan fuerte que no podía tratarse de la vos de Amaliwak. Entonces algo que era de vegetación, de árboles, del suelo, de los ramazones, que aún quedaban detrás de las talas, echó a andar. Era un tumulto tremebundo de saltos, de vuelos, de arrastre, de galopes, de empellones, hacia la Enorme-Canoa. El cielo blanqueó de garzas antes del amanecer. Una masa de rugidos, zarpazos, trompas, morros, corcovaos, encabritamientos, cornadas; una masa arrolladora, tremebunda, presurosa, se iba colando en la embarcación imposible, cubierta por las aves que entraban a todo vuelo, por entre cuernos y cornamentas, patas alzadas, mordiscos lanzados al viento. Después, el suelo hirvió en el mundo de los reptiles de agua y de tierra, y las serpientes menores -ésas, que hacen música con la cola, se disfrazan de ananás o traen pulseras de ámbar y de coral sobre el cuerpo. Hasta bien pasado el mediodía se asistió a la arribazón de gente que, como los venados rojos, no habían recibido el aviso a tiempo, o las tortugas, para las cuales los viajes largos eran trabajosos y más ahora que eran los tiempos de desovar. Por fin, viendo que la última tortuga había entrado en la canoa. El anciano Amaliwak cerró la Gran-Escotilla, y subió a lo más alto de la casa donde las mujeres de su familia -es decir: de su tribu, puesto que su gente se casaba a los trece años- estaban entregadas, cantando, a los juegos y rejuegos del metate. El cielo de aquel mediodía era negro. Parecía que las tierras negras de las comarcas negras se hubiese subido, de horizonte a horizonte. En eso sonó la Gran-voz-de-Quien-todo-lo-Hizo: “Cúbrete los oídos”, dijo. Apenas Amaliwak hubo obedecido, retumbó un trueno tan horrísono y prolongado que los animales de la Enorme-Canoa quedaron ensordecidos. Entonces empezó a caer la lluvia. Lluvia de Cólera de los Dioses, pared de agua de un espesor infinito, bajada de lo alto; techo de agua en desplome perpetuo. Como era imposible respirar, siquiera, bajo semejante lluvia, el viejo entró en la casa. Ya caían goteras, ya lloraban las mujeres, ya chillaban los niños. Y ya no se supo del día ni de la noche. Todo era noche. Amaliwak, ciertamente, se había provisto de mechas que, al ser encendidas, ardían más o menos durante el tiempo de un día o de una noche. Pero ahora, con la ausencia de luz, estaba desconcertado en sus cálculos, dando noches por días y días por noches. Y, de súbito, en un momento que el anciano no olvidaría nunca, la proa de la canoa empezó a dar bandazos. Una fuerza levitaba, alzaba, empujaba, aquella construcción hecha a los dictados de los Poderosos de las Montañas y de los Cielos. Y después de una tensión, de una indecisión, de un miedo, que obligó a Amaliwak a tomarse un jarro entero de Chicha de maíz, hubo como un embate sordo. La Enorme-Canoa había roto su última atadura con la tierra. Flotaba. Y se lanzaba hacia un mundo de raudales abiertos entre montañas, raudales cuyo bramido continuo ponía pavor en el pecho de los hombres y animales. La Enorme-Canoa flotaba.

III
Al principio Amaliwak y sus hijos y sus nietos y bisnietos y tataranietos trataron, aullantes, de piernas abiertas en las cubiertas, de concentrarse en alguna maniobra del timón. Era inútil. Circundada la montaña, azotada por los rayos, la Enorme-Canoa caía, de raudal en raudal, de viraje en viraje, esquivando los escollos, sin topar con nada, por su misma debilidad en seguir el enfurecido correr de las aguas. Cuando el anciano se asomaba a la borda de su Enorme-Canoa, la veía correr, harto rauda, desorientada, desnortada (¿acaso se veían las estrellas?) en su mar de fango líquido que iba empequeñeciendo las montañas y los volcanes. Porque a aquél se le miraba de cerca el exiguo abismo que otrora arrojara fuego. Poco impresionaban sus labios de lava llovida. Las montañas se reducían en tamaño en aquella desaparición creciente de sus faldas. E iba la Enorme-Canoa por rumbos inseguros, a veces, antes de arrojarse a un disparadero de aguas que paraba en cataratas ya amansadas por las aguas -según el mal cálculo de Amaliwak había llovido durante más de veinte días, y de aquella manera tremebunda…- dejaron de caer del cielo. Se hizo un gran remanso, una gran mar quieta entre las últimas cimas visibles, con sus playas de lado pintadas a millares de palmos de altura, y la Enorme-Canoa dejó de agitarse. Era como si La-Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo le impusiera un descanso. Las mujeres habían regresado a sus metates. Los animales, abajo, estaban tranquilos; todos, desde el día de la Revelación, se habían conformado con el yantar cotidiano, de maíz y de yuca, así fueran carnívoros. Amaliwak, cansado, se echó un buen jarro de Chicha en el gaznate y se echó a dormir en su chinchorro.
Al tercer día de sueño lo despertó el choque de su nave con alguna cosa. Pero no era cosa de roca, ni de piedra, ni de troncos muy viejos, de esos que yacían petrificados, intocables en los claros de la selva. El golpe había derribado algunas cosas: jarros, enceres, armas, por su violencia. Pero había sido un golpe blando, como de madera mojada con madera mojada, de tronco flotante con tronco flotante, en que ambos, después de herirse las cortezas, siguen juntos sus caminos, unidos como marido y mujer. Amaliwak subió a los pisos superiores de su embarcación. Su canoa había tropezado, de soslayo, con algo rarísimo. Sin fracturas había abordado una nave enorme, de costillares al descubierto, de cuadernas fuera de borda, como hecha de bambúes, de juncos, con algo sumamente singular: un mástil en torno al cual giraba, según soplara la brisa -ya habían terminado los grandes vientos- un velamen cuadrado, de cuatro caras, que agarraba el aire que soplaba por debajo, como una chimenea. Viendo así la embarcación oscura, que ninguna forma viviente animaba, pensó el anciano Amaliwak en medirla a ojo de buen comprador de jarras -con chicha adentro por supuesto. Tenía unos trescientos codos de longitud, unos cincuenta de anchura, y unos treinta codos de alto. “Más o menos como mi canoa -dijo- aunque yo he dilatado a lo sumo las proporciones que me fueron dictadas por revelación. Los dioses de tanto andar por los cielos, poco saben de navegar.” Se abrió la escotilla de la extraña nave, apareció un anciano pequeñito, tocado con un gorro rojo, que parecía sumamente irritado. “¿Qué? ¿No atamos cabos?”, gritó, en un idioma extraño, hecho a saltos de tonalidades de palabras a palabras, pero que Amaliwak entendió porque los hombres sabios, en aquellos días, entendían todos los idiomas, dialectos y jergas, de los seres humanos. Amaliwak mandó a lanzar cabos a la extraña embarcación; ambas se arrimaron, y se abrazó el anciano de otro anciano de tez un tanto amarillenta, que dijo venir del Reino de Sin, cuyos animales traía en las entrañas del Gran Barco. Abriendo la escotilla mostró a Amaliwak un mundo de animales desconocidos que entre divisiones de madera que limitaban sus pasos pintaban estampas zoológicas por él nunca sospechadas. Se asustó al ver que hacía ellos trepaba un oso negro de muy fea traza: abajo había como venados grandes, con gibas en los lomos. Y unos felinos brincadores, nunca quietos, que llamaban “onzas”. “¿Qué hace usted aquí?”, preguntó el hombre de Sin a Amaliwak. “¿Y usted?”, contestó el anciano. “Estoy salvando a la especie humana y las especies animales”, dijo el hombre de Sin. “Estoy salvando a la especie humana y las especies animales”, dijo el anciano Amaliwak. Y como las mujeres del hombre de Sin habían traído vino de arroz, no se habló más de cuestiones difíciles de dilucidar, aquella noche. Y algo borrachos estaban los hombres de Sin y el anciano Amaliwak cuando, al filo del amanecer, un golpe formidable hizo retumbar a las dos naves. Una embarcación cuadrada -trescientos codos de longitud, cincuenta más o menos de anchura, treinta codos (eran unos cincuenta) de alto- dominada por una casa vivienda con ventanas laterales, había topado con las dos naves amarradas. En la proa, antes de que fuesen a requerirlo por una mala maniobra marinera, un anciano, muy anciano, de largas barbas, recitaba lo inscripto en las pieles de los animales. Y lo recitaba a gritos, para que todos lo escucharan, y nadie viniese a requerirlo por la maniobra marinera mal hecha. Decía: “Me dijo Iaveh: "Hazte un arca de madera de Gopher; harás aposentos en el arca, y la embetunarás con brea por dentro y por fuera. Al arca harás pisos abajo, segundo y tercero”. “Aquí también hay tres pisos”, decía Amaliwak. Pero proseguía el otro: “Y yo, he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo, todo lo que hay en el la tierra morirá. Más estableceré un pacto contigo y entrará en el arca tú y tus hijos y tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo…” “¿No fue eso acaso lo que hice?”, dijo el anciano Amaliwak. Pero proseguía el otro el recitado de su Revelación: “Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca, para que tengan vida contigo: macho y hembra serán. De las aves según su especie; de todo reptil de la tierra, según su especie; dos de cada especie entrarán contigo para que hayan vida”. “¿Así no hice yo?”, preguntábase el anciano Amaliwak hallando que aquel extraño resultaba harto presuntuoso con sus Revelaciones que eran semejantes a todas las demás. Pero al pasar de embarcación en embarcación, los nexos de simpatía se fueron creando. Tanto el hombre de Sin, como el anciano Amaliwak y el Noé recién llegado eran grandes bebedores. Con el vino del último, la chicha del viejo y el licor de arroz del primero, los ánimos se fueron ablandando. Se formulaban preguntas, tímidas al comienzo, acerca de los pueblos respectivos; de sus mujeres, de sus modos de comer. Ya sólo llovía de cuando en cuando, y eso, como para poner un poco de claridad en el cielo. El Noé, del arca maciza, propuso que se hiciera algo para saber si toda vida vegetal había desaparecido del mundo. Lanzó una paloma sobre las aguas, quietas aunque fangosas en grado increíble. Al cabo de una larga espera, la paloma regresó con un ramito de olivo en el pico. El anciano Amaliwak lanzó entonces un ratón al agua. Al cabo de una larga espera regresó con una mazorca de maíz entre sus patas. El hombre del País de Sin despachó, entonces, un papagayo, que regresó con una espiga de arroz debajo del ala. La vida recobraba su curso. Sólo faltaba recibir alguna Instrucción de Aquellos que vigilan el ir y venir de los hombres desde sus templos y cavernas. Las aguas bajaban de nivel.

IV
Transcurrían los días y calladas estaban las voces de La-Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo, de Iaveh con quien Noé parecía haber tenido largos coloquios, con instrucciones más precisas que las impartidas a Amaliwak; de Quien-Todo-lo-Creó y vive en el espacio ingrávido y suspendido como una burbuja, escuchado por el Hombre de Sin. Desconcertados estaban los capitanes de las naves, arrimadas por sus bordas, sin saber qué hacer. Descendían las aguas; crecían las cordilleras en el horizonte de paisajes libres de nieblas. Y, una tarde en que los capitanes bebían para distraerse de sus propias cavilaciones, se anunció la aparición de una cuarta nave. Era casi blanca, de una admirable finura de líneas, con las bordas pulidas y una vela de forma que nunca habían visto por acá. Se arrimó ligeramente, y, envuelto en una capa negra, apareció su Capitán: “Soy Deucalión -dijo-. De dónde se yergue un monte llamado Olimpo. He sido encargado por el Dios del Cielo y de la Luz de repoblar el mundo cuando termine este horrible diluvio” “¿Y dónde lleva los animales en una nave tan exigua?”, preguntó Amaliwak. “No se me ha hablado de los animales -dijo el recién llegado-. Cuando termine esto tomaremos piedras, que son los huesos de la tierra, y mi esposa Pirra las arrojará por encima de sus hombros. De cada guijarro nacerá un hombre”. “Yo debo hacer lo mismo con las semillas de palmeras”, dijo Amaliwak. En eso, de la bruma que acababa de levantarse sobre las costas cada vez más próximas, surgió, como embistiendo, la mole enorme de una nave casi idéntica a la de Noé. Una hábil maniobra de los que la tripulaban ladeó la embarcación poniéndola al pairo. “Soy Our-Napishtim -dijo el nuevo Capitán, saltando a la nave de Deucalión-. Por el Dueño-de-las-Aguas supe lo que iba a ocurrir. Entonces edifiqué el arca, y embarque en ella, además de mi familia ejemplares de animales de todas las especies. Me parece que lo peor ha pasado. Primero arrojé una paloma al espacio, pero regresó sin haber hallado cosa alguna que, para mí, significara vida. Lo mismo me ocurrió con la golondrina. Pero el cuervo no regresó: pruebas de que halló algo que comer. Estoy seguro de que en mi país, en el lugar llamado Boca de los Ríos, ha quedado gente. El agua sigue descendiendo. Ha llegado la hora de regresar a las tierras propias. Con tanta tierra de aquí, de allá, acarreada, depositada, dejada sobre los campos, tendremos buenas cosechas”. Y dijo el hombre de Sin: “Pronto abriremos las escotillas y saldrán los animales a sus pastos fangosos; y se reanudará la guerra entre las especies; y los unos devorarán a los otros. No me cupo la gloria de salvar a la raza de los dragones, y lo siento, porque ahora esa raza se extinguirá. Sólo hallé un dragón macho, sin hembra, en el lugar septentrional donde pacen elefantes de colmillos curvos y donde los grandes lagartos ponen huevos semejantes a sacos de sésamo”. “Todo está en saber si los hombres habrán salido mejores de esta aventura -dijo Noé-. Muchos deben haberse salvado en las cimas de los montes.”
Los Capitanes cenaron silenciosamente. Una gran congoja -inconfesada, sin embargo; guardada en lo hondo del pecho- les ponía lágrimas a las gargantas. Se había venido abajo el orgullo de creerse elegidos -ungidos- por las divinidades que, en suma, eran varias, y hablaban a los hombres de idéntica manera. “Por ahí deben andar otras naves como las nuestras” dijo Our-Napishtim, amargo. “Más allá de los horizontes; mucho más allá debe haber otros hombres advertidos, navegando con sus cargas de animales. Debe haberlo de países donde se adora el fuego y las nubes”. “Debe haberlo de los Imperios del Norte que, según dicen, son tremendamente industriosos.” En ese instante La-Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo retumbó en los oídos de Amaliwak: “Apártate de las demás naves, y déjate llevar por las aguas”. Nadie, salvo el Viejo, escuchó el tremendo mandato. Pero a todos les ocurría algo, puesto que se marcharon de prisa, sin despedirse unos de otros, volviendo a sus embarcaciones. Cada una halló la corriente que le correspondía, en un agua que ya se pintaba a la manera de un río. Y, pronto, el anciano Amaliwak se encontró solo con su gente y con sus animales. “Los dioses eran muchos -pensaba-. Y donde hay tantos dioses como pueblos, no puede reinar la concordia, sino que debe vivirse en desavenencia y turbamulta en torno a las cosas del Universo.” Los dioses se le empequeñecían. Pero aún le tocaba una tarea que cumplir. Arrimó la Enorme-Canoa a una orilla y, bajando detrás de una de sus esposas, le hizo arrojar detrás de sus espaldas las semillas de palmera que llevaba en un saco. En el acto -y era maravilloso verlo- las semillas se transformaron en hombres que en pocos instantes crecían, pasando de la talla de niños, a la talla de mozos, a la talla de adolescentes, a la talla de hombres. Con las semillas que contuvieran gérmenes de hembra ocurría lo mismo. Al cabo de la mañana era una multitud, pululante, la que llenaba la orilla. Pero, en eso, una oscura historia de rapto de hembra, dividió a la multitud en dos bandos, y fue la guerra. Amaliwak regresó rápidamente a la Enorme-Canoa, viendo cómo los hombres, recién salvados, se mataban unos a otros. Y según sus posiciones de combate en la costa elegida para su resurrección, era evidente que ya se había creado un Bando-montaña y un Bando-valle. Ya tenía éste un ojo colgándole de la cara; ya venía el otro con el cráneo abierto por una piedra. “Creo que hemos perdido el tiempo”, dijo el anciano Amaliwak poniendo su Enorme-Canoa a flote.
FIN